El precio de decir que no, cuando todo te invita a decir que sí.
Cuando decidí emprender, no lo hice con la idea de hacer “de todo”. Si no con la idea de decir que no.
Venía del mundo empresarial familiar, mi padre me enseñó que los negocios sólidos no nacen de hacer más, sino de hacer mejor lo que eliges hacer.
Por eso, cuando lancé Brandsummit, lo hice con una idea muy clara: íbamos a especializarnos en crear marcas del sector de alimentación y bebidas. Nada más. Ni publicidad, ni redes, ni campañas de marketing, ni proyectos fuera de ese universo.
Con el tiempo, muchos me dijeron que eso era limitarme. Pero la realidad es que ese límite fue lo que nos dio dirección. Cada “no” que dijimos —a otros sectores, a servicios que no eran lo nuestro, a oportunidades que parecían atractivas— fue lo que nos permitió construir un conocimiento profundo, una metodología sólida y una reputación real en lo que hacemos.
Y no, no siempre fue fácil. A veces decir que no a un proyecto interesante o a un cliente grande duele. Pero el foco tiene un precio, y también un valor: la coherencia.
Decir que no.
Hoy, después de más de una década, puedo decir que esos “no” tempranos fueron una de las mejores decisiones que tomé. Nos han permitido trabajar con marcas que realmente conectan con lo que somos, con clientes que entienden nuestro valor y con un equipo que sabe exactamente hacia dónde va. Decir “no” no es cerrarte al mundo. Es abrir espacio para construir el tuyo con sentido.
Y en un entorno donde todo el mundo busca más, más rápido, sigo creyendo que el crecimiento más sostenible es el que se construye con calma, criterio y dirección. Y justo eso es lo que ofrecemos a nuestros clientes: coherencia, consistencia, foco y diferenciación.
Porque no todo vale.
Y eso, en branding —como en la vida—, marca la diferencia.
Seguimos eligiendo bien nuestros “no”.